La noche de la redención llegó. Finalmente, a casi 20 años de su debut en Chile, y en su cuarta presentación por acá, The Mars Volta tenía el lugar que merecía, con un show propio, ante la fanaticada que soñaban.

A eso de las 21:20 hrs las luces del Movistar Arena se apagaban y aparecía la banda sobre el escenario, comandada por los eternos Omar Rodríguez-López en guitarra y Cedric Bixler-Zavala en voces, sonaban los acordes de la onírica “Vicarious Atonement”, extraída del disco “Amputechture”, entregando la entrada a un mundo lleno de fantasías e historias, de mundos y de texturas plagadas de misterio y sensualidad, en lo que sería una constante de la noche. “Roulette Dares” sería el tema siguiente y el que detonaría a la audiencia, que ya estaba extasiada, pero que no encontraba el momento para explotar y hacer plena catarsis.

Fotografías gentileza DG Medios y Jaime Valenzuela.

“L’Via L’Viaquez” se alzó como una celebración, y más importante, extendió y timbró lo que sería la verdadera fiesta, el trance eterno e imperturbable hecho en base a capas y paisajes sonoros envolventes y apabullantes, enmarcados en un dibujo bailable, con percusiones sabrosas y un final lisérgico sin fin que transformó la experiencia en una entelequia fascinante, que no se despegaría más de nuestra piel. Cuánto sazón y pasión, constantes fascinantes en el universo Mars Volta.

La comunión estaba instalada, con un show ininterrumpido lleno de sonoridades misteriosas que unían secciones y una potencia vanguardista que fue el motor de una noche soñada. Y es que el sonido de todos los instrumentos mejoró considerablemente al final del primer tercio, acercándonos una experiencia única y sanadora, que se patentaba con “Cygnus… Vismund Cygnus” y la adrenalina que se respiraba. Recién después de una hora de show, Cedric saluda y nos pregunta cómo estamos, y es que en esta actuación no importa el cansancio ni las convenciones, sólo importa entrar al estado en el que te sumergen y soñar.

Y es que todo parece servido para vivir “Cicatriz ESP”, donde la gente se alegra y canta, poseídos por los riffs endemoniados, que se convierten en una sección avant-garde en la cual el free jazz hizo de las suyas, encausando a los auditores como ratas de Hamelin ante el desplante del hipnótico saxo en el momento más vanguardista de la noche. El regreso de los compases de la canción es impetuoso y con el público en el bolsillo.

La voz de Cedric ha sorprendido por su excelente estado, a la par de toda la fuerza de la banda, desafiante y brillante siempre, con un trance eléctrico atómico y unos finales grandilocuentes que emocionaban. “Drunkship of Lanterns” y “Televators” nos remontaron a esos años mágicos en que irrumpieron con el asombroso “Deloused in the Comatorium”, disco que los trajo por primera vez en una actuación descollante, con un Cedric mucho más atlético que saltaba por todos lados en un show gimnástico y brillante. A pesar de los cambios físicos, la maestría está ahí, y la gente prendió cada vez que se requirió, con una emocionante “The Widow” y un final fulgurante al son de la clásica “Inertiatic ESP”, que alegró y puso a todos a saltar y cantar en una comunión exquisita e inolvidable.

Qué significativo haber visto a la banda despedirse en plenitud, con una sonrisa en las caras, con una audiencia a sus piés y un show soñado, que redimió todo lo vivido con anterioridad, ante públicos ajenos y sonidos injustos que ponían a una banda maravillosa a cojear sin merecerlo. Por fin y ojalá no por última vez, vivimos la real experiencia de una banda maravillosa y única en su especie. Justicia divina.

 

Fotografías gentileza DG Medios y Jaime Valenzuela.
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