A las 21:15, con un parque completamente lleno, Olivia Rodrigo debutó en Chile dejando claro por qué era una de las headliners más potentes de esta duodécima edición de Lollapalooza Chile.
Desde el primer momento, la cantante estadounidense se mostró en total dominio del escenario, alternando entre enérgicas coreografías y momentos en los que simplemente cabeceaba al ritmo de su propia música. El show fluyó con naturalidad entre los matices del pop rock de “teenage dream” y la sensibilidad indie de “pretty isn’t pretty”, logrando que cada transición se sintiera orgánica y fiel a su estilo.
La industria musical ha sido históricamente injusta con las mujeres, exigiéndoles no solo talento vocal e interpretativo, sino también presencia escénica, baile y una imagen impecable. Olivia Rodrigo no solo cumple con todo lo anterior, sino que además sabe rockear cuando el show lo requiere.
Pero no todo fue energía desbordante. También hubo espacio para la emoción y la intimidad. La conexión con el público se sintió en momentos como el karaoke masivo de love is embarrassing y la delicada interpretación de “happier”, donde Olivia, sola en el escenario con su guitarra, logró generar un espacio de vulnerabilidad colectiva.
Uno de los puntos más destacados de la noche fue su versión de “Don’t Speak” de No Doubt, una de sus influencias más declaradas. La emoción del público fue palpable, elevando el momento a uno de los más memorables del set.
El show retomó fuerza con so american, una explosión de pop punk que encendió la euforia de los asistentes. La recta final estuvo cargada de adrenalina con himnos como brutal, “all-american bitch” y, por supuesto, “good 4 u”, dejando el escenario en llamas y al público con ganas de más.