El punto de partida del disco fue un documental de Chavela Vargas, quien vivió sus últimos años en Tepoztlán, donde ahora vive Mon Laferte.
Con la tranquilidad del pueblo, la guitarra y esta mujer tan fundamental para la música ranchera, el álbum suena a madera y a provincia. “Seis” representa un conjunto de momentos musicalmente importantes para la cantante y su relación con México. Incorpora la instrumentación y el estilo de géneros populares. Evoca artistas icónicos como Toña la Negra, Rafael, la misma Chavela… Además, la colaboración con Alejandro Fernández, Gloria Trevi, Mujeres del Viento Florido y La Arrolladora potencian la identidad mexicana del álbum.
“Seis” tiene una cadencia particular de canciones que nacieron o se despabilaron en la pandemia. Hubo tiempo de peinar con cuidado las palabras, de hacer este disco sin apuros y aprovechar la intimidad de algunas convivencias. La pandemia también se palpa en emociones más densas de incertidumbre y desesperanza. Este tiempo raro también ha implicado que de permitírselo uno termina por indagar e ir hasta el fondo de los sentimientos. No queda más que acariciar la vulnerabilidad.
En ese sentido, las letras de este disco son más maduras y asertivas. Es un disco importante porque se siente muy nostálgico. En muchos casos, Mon Laferte recoge y musicaliza fragmentos escritos en el pasado o explora recuerdos puntuales. Tanto los años vividos, como el desalojo colectivo de la pandemia ayudan a revaluar, a ajustar narrativas con más empatía, sin imposiciones ni deseos de quedar bien con nadie más que con ella misma. También hay emociones más difusas o ímpetus más pasajeros de esos destellos de ánimo o desesperación del vaivén de emociones en el encierro. “Seis” es un disco sumamente personal. Es un álbum único que quizá alberga incluso la despedida a una etapa.