El recinto capitalino se llenó de fieles que pueden dar testimonio de haber presenciado la potente e intrigante puesta en escena de esta enigmática agrupación polaca de black metal ortodoxo. La jornada contó con la banda nacional Unsilent como acto de apertura.

Diez minutos antes de las ocho de la noche, ya pisaba el escenario de la Sala Metrónomo la banda nacional Unsilent, convidados a abrir la majestuosa letanía de Batushka.

El cuarteto criollo formado por Alvaro U (guitarra y voces), Francisco L (batería), Cristian P (guitarra) y Johnny A (bajo) durante su set se paseó por lo más granado de su álbum “Obscure & Profane”, donde destacan canciones como la que le da nombre al disco además de “Black Spells Ov Death” y “Manifesto”. La banda se retira enormemente agradecida por la recepción y el escenario empieza a tomar paulatinamente las características de un templo con objetos y símbolos propios de una liturgia cristiana ortodoxa.

Puntualmente a las 9 de la noche, comenzaron a desfilar hacia el escenario uno a uno los enmascarados monjes ataviados con sus negras cogullas quienes se encargarían de encender las velas que rodeaban el ambón en donde se oficiaría la liturgia y que luego tomarían posición como coristas para sumarse a los ya instalados guitarristas y baterista.

La sala totalmente iluminada de rojo comenzaba a inundarse de cantos gregorianos que ambientaban el ingreso del batushka, es decir, el padre o sacerdote encargado de encabezar el culto, Bartłomiej “Bart” Krysiuk, quien provisto de un incensario procedió a bendecir a los devotos para que, luego de un campanazo, iniciara “Yekteniya I”, canción que abre el disco Litourgiya (2015)

Musicalmente, Batushka se distingue del resto por el uso de guitarras de ocho cuerdas, algo poco usual en el black metal que cultivan o, debiera decir, profesan. El bajo se vuelve más bien prescindible y el sonido de la banda se edifica en torno a blast beats, medios tiempos, afilados trémolos, cantos bizantinos y screams.

Sonaron varios temas de Hospodi, disco lanzado por el Batushka de Krysiuk en 2019, como “Wieczernia”, “Powieczerje” y “Polunosznica” pero mencionar o desmenuzar el setlist de cualquier banda es ya un acto innecesario (cualquiera pueda acceder a él en internet). En el caso de Batushka, es derechamente baladí. La performance es tan o incluso más importante que las canciones interpretadas.

Visualmente, la banda se planta en el escenario de manera solemne: más que un concierto de metal, es una ceremonia. Vale decir, prescinden absolutamente del headbanging o de cualquier movimiento corporal agitado. Se alzan calaveras y pinturas litúrgicas.

Es una misa pero en ella -además de oscuridad- hay sacralidad, teatralidad, misticismo y parsimonia. Lamentablemente, no todo el público lo comprendió así e interrumpió en varias ocasiones con gritos, cánticos o chilenismos que enfrentaron algo de resistencia por parte de otros asistentes e incluso del líder de la banda, quien hacia el final de la presentación hizo uso de su breviario para entregar lo que serían las últimas sagradas palabras del show.

Más allá de los exabruptos, la presentación del conjunto polaco quedará en la memoria de todos quienes pudimos presenciarla y dar fe de la espectacularidad de su puesta en escena. En poco más de una hora, los europeos fueron alabados por un centenar de devotos bendecidos que pueden entregar testimonio de que Batushka es una gran contribución al género del black metal y que vieron en el recinto de Recoleta la última parada en su peregrinaje llamado Latin American Prophecy 2024.

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