Última jornada del festival, y el tenor de este día —el más cargado de sonidos pesados— comenzaba a evidenciarse desde temprano en la abundancia de camisetas negras, a diferencia de los dos primeros días de festival. Para el ejército de seguidores de la banda, el uniforme eran las poleras de Tool . Para oyentes del rock y del metal en general, camisetas de bandas con un sonido colindante al de los californianos sirviría de dress code implícito. Sea como fuere, este día se esperaba hace años.

Y que Maynard James Keenan, líder de la banda, ya había pisado escenarios en Chile, precisamente en Lollapalooza con Puscifer y con A Perfect Circle, dos de sus otros más grandes proyectos, era una mera anécdota.

Lo realmente atractivo era que se trataba de un esperado debut en Chile.

Un detalle fue que hubo que esperar un par de minutos más, ya que el show del escenario aledaño aún no finalizaba.

Spoiler: cualquier descripción que se haga de la presentación de la banda es, lo que dirían los gringos, un understatement: las palabras no harán justicia, pues no podrán capturar la magnitud de lo impresionante que fue el show

Tras la introducción de “Third Eye”, fue “Jambi” del disco 10,000 Days la que puso fin a minutos, horas, días y años de espera.

Se repitieron algunas de las canciones que tocaron en Argentina la noche anterior, aunque no en el mismo orden: “Stinkfist“, con una duración más extensa que en el álbum; la escalofriante “Fear Inoculum“; “Rosetta Stoned“, con esos fills de batería complejos a cargo de Danny Carey que van de rápido a lento y sus métricas en 4/4, 5/8, 5/4, 9/8, 11/8, 3/4 y 6/4, además de los riffs agresivos de Adam Jones; y la inquietante “Pneuma”.

Sin lugar a dudas, Tool tocó bajo sus propios parámetros. Hubo escasa interacción con la audiencia, salvo un “Hola Chile“. La conexión se estableció a través de las piezas musicales que fueron tejiendo delante de su fanaticada, de la pulcritud y la potencia de su sonido —de lo mejor que se ha visto en las trece versiones del evento en el país—, de las visuales y de la puesta en escena. Todo eso habló tanto o más que las canciones interpretadas mientras se iba desarrollando el show. Como quien atestigua in situ la manera en que un pintor llena un lienzo con inspiración, además de pintura y pincel.

Objetivamente, la banda demostró más cariño a este lado de la cordillera. Originalmente, el show duraría 1 hora y 30 minutos, pero se excedió en quince minutos más. El regaloneo hacia el público local vino en forma de dos canciones: “Parabola“, que volvió a sus setlists después de cinco años, y “Schism“, cuya introducción de bajo en manos de Justin Chancellor sonó inmaculada, y “Ænema”, que le obsequió al público la posibilidad de ver en vivo el uso extensivo de la hemiola, aquella técnica en la que se cambia el énfasis en un compás de tres tiempos, creando la ilusión de que se combinan tanto un compás de dos como de tres tiempos en la pieza. Te vuela la cabeza y debes ir a buscarla a otro escenario. Cuando vuelvas te habrás dado cuenta que el cierre con “Vicarious” fue preci(o)so. 

Si fuiste al show y te preguntan cómo estuvo, simplemente habría que recurrir a aquella mítica frase que se usaba para responder qué es EJE (el Encuentro de Jóvenes con el Espíritu): tienes que vivirlo.

Por Eduardo Soto González

Profesor de Inglés de profesión, cronista musical por vocación.

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