La brisa fresca de la tarde en Santiago llevaba consigo una electricidad palpable; era porque las ansias de ver a los ingleses en vivo eran gigantes. Los corazones de los presentes latían al unísono, anticipando el momento en que las luces se atenuarían y los primeros acordes resonarían en el aire. Y así fue. Puntualmente a las 21:00 hrs, el escenario cobró vida, bañándose en una luz azul profunda, anunciando la llegada de los maestros del rock progresivo moderno: The Pineapple Thief.

Pero antes, tuvimos 25 minutos de rock/metal progresivo experimental a cargo de Nuvian, quienes prepararon un setlist centrado en su disco homónimo, partiendo con “Orquídea” y “Río Arriba”. 

La audiencia respetuosamente los recibió, escuchando a los dos bajistas que se presentaron en el escenario, pero el hecho de que solo estuvieran ambos presentes fue extraña. Si bien, los músicos comentaron que la banda también cuenta con baterista, cuando comentaron que el músico estaba afuera, en el sector de merchandising, lo volvió aún más extraño. 

Su set continuó con “Hormiga” y “Árbol”, track que conecta sensaciones con los conceptos de resistencia y transformación, para finalizar con “Sombras”. Si bien,  la presentación dejó una sensación extraña, igualmente les invitamos a que puedan escuchar su disco completo, que está disponible en todas las plataformas de música. Podrán conectar con un álbum que está influenciado por la contemplación de la naturaleza y que esperamos que en alguna otra ocasión podamos verlo en su formato completo.

Pero es hora de hablar del espectáculo que brindó la banda principal de la noche. Desde el instante en que Bruce Soord, con su presencia imponente y su guitarra lista para desatar tormentas sonoras, se posicionó al frente, la atmósfera se cargó de una intensidad contenida. Gavin Harrison, la leyenda tras la batería, tomó asiento tras su impresionante arsenal de percusión, listo para tejer ritmos complejos y fascinantes. Jon Sykes, con su bajo firme y melódico, se ubicó al lado derecho bajo Gavin, mientras que Steve Kitch, el arquitecto de las texturas sonoras, se preparaba tras sus teclados. La alineación poderosa de The Pineapple Thief, incluyendo al músico de apoyo en vivo Beren Matthews, estaba lista para hipnotizar a Santiago. 

El inicio fue arrollador. Los primeros acordes de “The Frost” golpearon como una ráfaga helada, llenando el recinto con su energía oscura y envolvente. La voz inconfundible de Bruce, melancólica y potente a partes iguales, se elevó sobre la intrincada maquinaria sonora. La banda se movía con una sincronía asombrosa; cada nota, cada golpe de batería, cada cambio de ritmo, fue ejecutado con precisión quirúrgica, pero con una pasión palpable. 

Sin apenas dar respiro, la banda se lanzó con “In Exile”, un tema que explora la introspección y el anhelo con una belleza melódica inquietante. La interacción entre la guitarra de Soord y los teclados de Kitch crearon capas sonoras ricas y evocadoras, transportando al público a paisajes emocionales profundos. La base rítmica de Harrison y Sykes, sólida y flexible a la vez, proporcionó la columna vertebral perfecta para esta odisea sonora.

La intensidad no decayó con “Demons”, canción que explora las luchas internas con una fuerza visceral del álbum “Versions of the Truth”. Las guitarras tomaron protagonismo, mientras la voz de Bruce transmitía la angustia del tema. El público, ya completamente inmerso en el universo de The Pineapple Thief, respondía con vítores y aplausos entusiastas.

Un cambio de ritmo llegó con “Put It Right”, una canción más directa y melódica, pero sin perder la profundidad lírica característica de la banda. La melodía pegadiza se incrustó en la mente de los presentes, mientras la banda demostraba su versatilidad, navegando con maestría entre la oscuridad y la luz. Fue en esta canción en donde se comenzó a destacar los contrastes del telón que acompañaba a la agrupación, que se iluminaba de diversos colores, pero generando una atmósfera minimalista para la complejidad de su música.

Con “Our Mine”, los teclados de Kitch crearon un tapiz sonoro etéreo, sobre el cual las guitarras tejían la melancolía. La sección rítmica liderada por Harrison se mantuvo firme pero poderosa, impulsando la canción hacia un clímax emocionalmente resonante. Y es necesario decirlo, Harrison le da un impulso en calidad a la banda que hace que destaque entre tanta banda progresiva que existe.

“Versions of the Truth”, el tema que da título a su aclamado álbum, resonó con una fuerza particular. Pero con “White Mist” la atmósfera se cargó de una melancolía palpable. La voz de Bruce, cargada de emotividad, se deslizó sobre las texturas sonoras creadas por la banda, que recibía el cariño de la audiencia después de cada descanso. Incluso un “i love your voice” le gritó un entusiasta, lo que el cantante recibe con un emocionado “thanks very much”.

Terminaron esta primera parte del show con dos tracks de su último disco, “All That’s Left” y “Now It’s Yours”, ambas canciones muy emotivas que dejaron al público con sensación de plenitud.

Tras una breve pausa, el escenario se transformó. Los instrumentos eléctricos dieron paso a la guitarra acústica de Bruce, la caja de Gavin, el bajo de Jon, y un teclado más pequeño para Steve. Y por supuesto un ambiente más íntimo. La banda regresó para ofrecer un pequeño set acústico que demostró su maestría musical en un formato diferente, tocando “Threatening War”, “Barely Breathing” y “Snowdrops”. La calidez de las armonías vocales entre Bruce y Jon crearon una atmósfera mágica y evocadora, dejando al público suspendido en un estado de ensoñación.

La energía regresó con fuerza cuando la banda retomó sus instrumentos eléctricos. “Rubicon” irrumpió con su ritmo implacable y sus riffs poderosos, devolviendo al público a la intensidad del rock progresivo. Continuaron con “To Forget”, con su mezcla de melancolía y fuerza, mantuvo el nivel de intensidad. 

La penúltima canción del set principal fue la épica “It Leads to This”, siendo la octava canción que tocaron de su último trabajo. El cierre llegó con la fuerza arrolladora de “Give It Back“, único track del increíble disco “All the Wars”. Su energía contagiosa encendió al público, que cantó y aplaudió al ritmo de la música. La banda se entregó por completo, culminando la canción con una explosión de sonido y energía que dejó al público clamando por más.

Y por supuesto, el clamor fue escuchado. Tras una breve pausa, las luces volvieron a encenderse para anunciar el encore. La banda regresó al escenario, recibida con ovación.

Por supuesto que volverían con canciones más clásicas como fue “Fend for Yourself”, una canción poderosa y emotiva sacada del poderoso “Your Wilderness” que resonó con la fuerza de un himno. Su mensaje de independencia y resiliencia, envuelto en una instrumentación intensa y apasionada, conectó profundamente con el público. 

A continuación, la atmósfera se tornó más introspectiva con “Alone at Sea” del álbum “Magnolia”. Su belleza melancólica, y su exploración de la soledad y la introspección, crearon un momento en donde la voz de Bruce transmitió la vulnerabilidad de la letra con una intensidad maravillosa.

El broche de oro de la noche, la última nota de este viaje sonoro inolvidable, fue “The Final Thing on My Mind”. Con su épica construcción y su emotivo crescendo final, la canción dejó una sensación de plenitud y de haber vivido una noche que no podríamos olvidar fácilmente. La banda se despidió con una reverencia, agradeciendo el fervor y la pasión del público chileno comentando que ahora entiende por qué se dice que Chile tiene la mejor audiencia del mundo.

La noche había llegado a su fin, pero las melodías intrincadas, los ritmos complejos y la emotividad palpable de The Pineapple Thief van a resonar en la memoria de los presentes durante mucho tiempo. Fue un concierto que trascendió la mera ejecución musical, convirtiéndose en una experiencia inmersiva y profundamente conmovedora. Santiago fue testigo de la maestría de una banda que continúa desafiando los límites del rock progresivo.

Fotografías por Francisco Aguilar A / @franciscoaguilar.ph

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