A finales de los 60 y principio de los 70, el rock y la música en general estaba sufriendo transformaciones y debuts que cambiarían para siempre el curso de la industria.
Muchos eran los grupos que hacían su aparición en escena. Inglaterra era uno de los muchos lugares donde esta “revolución” estaba ocurriendo. Entre medio de las apariciones históricas de bandas, que luego serían icónicas, otras trataban de hacerse notar en el mundo más underground. Uno de ellos es East of Eden, quienes nacieron en la ciudad inglesa de Bristol, lanzaron en 1969 su primer larga duración, Mercator Projected, considerado su mejor álbum y el cual pasaré a reseñar el día de hoy.
Para este álbum, East of Eden estaba compuesto por Geoff Nicholson en la guitarra y las voces; Dave Arbus en el violín eléctrico, la flauta traversa, la gaita, la flauta dulce y los saxofones; Ron Caines aportaba con el saxofón soprano y alto, el órgano y en las voces; Steve York tocó el bajo, la armónica y la kalimba; y por último, Dave Dufont se encargó de las percusiones.
Mercator Projected fue producido por Noel Walker para el sello Deram, subsidiaria de la icónica Decca, quienes se enfocaban en títulos más cercanos al rock progresivo y psicodélico. Walker por su parte trabajó con todo tipo de artistas, desde al jazz, pasando por el rock entre otros como Duke Ellington y Cat Stevens.
El disco debut de East of Eden se mueve entre el blues, el rock, el jazz, el progresivo y el psicodélico, dando una muestra del abanico de influencias que manejaban y que eran capaces de plasmar en las ocho pistas que compone su primer trabajo.
La placa del cuarteto de Bristol abre con “Northern Hemisphere”, un tema que de destaca por el violín intenso e inolvidable, además de la flauta que adorna de manera preciosa la composición que se mueve en la estructura de un riff muy blusero que también es pegajoso. Por momentos hay espacios para ritmos orientales y ciertos toques eclécticos que más adelantes serán más largos y delirantes.
Luego continúa con “Isadora”, tema dedicado a la bailarina y coreógrafa, Isadora Duncan, considerada la creadora de la danza moderna. Esta composición tiene una melodía que podría ser catalogada de simplista, pero que sus cambios de ritmos repentinos y los distintos matices que carga la hacen atractiva, siendo Dave Arbus y Ron Caines los que sostienen todo el peso de la canción combinando cada instrumento que usaron en el álbum en este tema, pasando por flautas, violines, saxofón que se suman en momentos que parecen más sacados de improvisaciones, que de un trabajo compositivo a conciencia, pero que muestra la naturalidad y lo orgánico que podía ser la música creada por East of Eden.
“Waterways” es la que viene a continuación, la cual es enigmática por momentos, mística por otros, pero sobre todo con mucha creatividad. Esta se canta sobre un bajo suave y un violín grueso, antes de que un potente sonido de platillos y un acorde de guitarra introduzcan un ritmo aletargado, el que es introducido por los toms con la línea del bajo sumamente agresivo, acompañado por un solo de sitar como guitarra. Además de eso el violín adquiere un marcado protagonismo junto a la mandolina que hace contraste con la vertiginosidad del bajo; y también está el saxofón que hace notar su presencia a cada minuto un tema que entrar en una locura jazzística que podríamos comparar con The Doors, cuando la banda entraba en esos momentos instrumentales sumamente recordados y emblemáticos. Luego de esto volvemos a la línea vocal y terminamos la canción con una descarga de agua de un inodoro… “Waterways” no escatima en elementos para adornar y mejorar la composición, haciendo de este una verdadera explosión de creatividad.
“Centaur Woman” es un tema totalmente de Hard Rock, el que permite a Steve York mostrar sus habilidades como cantante, pero también dar cuenta de toda su técnica como bajista gracias a un momento de improvisación, de los que ya nos tiene acostumbrado a esta altura del disco. Hay momentos en que pareciera que estamos ante un jazz muy bailable o ante estas eclécticas improvisaciones que Frank Zappa mostraría en discos como The Grand Wazoo y Waka/Jawaka y que el grupo de Bristol consigue llevar correctamente sin caer en la monotonía o el hartazgo.
Por momentos, tomando lo que había en el mercado musical en este tiempo o del que tengo conocimiento hasta el día de escribir esta reseña, en ese mismo año de 1969, King Crimson había lanzado su primer álbum, In the Court of the Crimson King, por lo que me permite decir que la pieza de East of Eden se puede considerar piedra fundacional sin haber llegado a serlo. Solo en estas cuatro pistas, y nos faltan otras cuatro más, pareciera encontrarse aspectos sonoros y compositivos que establecen ciertas características que serían fundamentales en el desarrollo del rock progresivo e incluso en la vanguardia musical.
“Bathers” es la quinta pista del álbum Mercator Projected que se oye débil. Es una especie de generación de pasajes etéreos y aletargados, pero que no consiguen llamar la atención. Hay una amalgama de instrumentos que crean estos momentos de ensoñación, pero que no consiguen crear una canción la altura de los anteriores. Podríamos hacer semejanzas con las baladas de King Crimson, pero ahí East of Eden queda detrás del Rey Carmesí.
Más positiva es “Communion”, tema que con efectos (los cuales se escuchan muy interesantes con audífonos) y el violín de Dave Arbus muy presente que te atrapa de inmediato, creando un ambiente de alerta permanente con ese ritmo que se machaca de principio a fin. Junto a Arbus hay otro grupo de cuerdas que acompañan y complementan.
“Moth” es una canción que es buena, pero no extraordinaria. Explora las influencias de oriente, sobre todo de la India, que tan popular era en esta década. Pero ojo, que East of Eden explora estas influencias en gran parte del álbum. Este tema es reflexivo, introspectivo bastante atractivo, pero creo que dentro de Mercator Projected hay mejores temas.
Para el final la banda cierra con “In The Stable Of The Sphinx”, ocho minutos en el que el grupo deja claro que estamos ante la pieza central y clave del álbum. Hay hartos momentos en el que East of Eden se destaca como el solo de guitarra de Geoff Nicholson, junto al violín de Arbus y las líneas de saxofón. Estamos ante un resumen de las mejores ideas de Mercator Projected.
Pero algo que adolece este trabajo es que, si lo comparamos con discos de su tiempo como el ya mencionado In the Court of the Crimson King, parece ser que muchas ideas salieron por más improvisación y espontaneidad, que un verdadero trabajo a conciencia.
A pesar de eso, el revisionismo acuciante de los fanáticos, que hoy como manadas de hienas no permiten salirse del discurso oficial a cualquier crítica artística, me impide decir que este álbum en comparación con algunos de sus trabajos contemporáneos puede recibir igual importancia que el trabajo de King Crimson u otros.
Pero si me preguntan el trabajo de East of Eden no tiene ni debe envidiarle nada a lo realizado por Fripp, Giles, Lake, McDonald y Sinfield, es más creo que hay igual influencia de Mercator Projected en el posterior desarrollo de lo que se hizo y se hace en el rock progresivo y deberían dárseles la importancia que merecen.