Lo alto de la temperatura de anoche se condecía profundamente con lo alto de las expectativas por presenciar el regreso de Opeth a nuestro país. Y no es para menos: dichas ansias se fueron incubando, de manera progresiva, durante los últimos tres años a medida que se iba reagendando cada una de las fechas anunciadas (el día original, 7 de mayo de 2020 anunciado en 2019 se movía para el 1 de mayo 2021). Es decir, cada año se decía “este año no pero el que viene sí”. Finalmente ese día llegó. Y como suele pasar en eventos con alta demanda de público, el show que primero se había agendado sería finalmente el segundo puesto que, al haberse agotado las entradas para el día sábado 11 de febrero, se gestó la posibilidad de adicionar una presentación el día anterior.
El acto de apertura estuvo a cargo de la banda nacional Saken que con su sonido death/thrash vino a rememorar lo que anteriormente hicieron cuando abrieron para Black Label Society en 2019. Anoche encendieron la mecha de una noche que estuvo en todo momento en llamas con canciones como “White Hell”, “Fuck & Roll” o “We Are Here”.
Cerca de las 9 de la noche, hora estipulada para que comenzara la presentación de Opeth, el público impaciente comenzó a corear “Miguelito”, en alusión al vocalista y guitarrista Mikael Åkerfeldt. Fue así como lentamente desfilaron rumbo al escenario del Teatro Caupolicán -recinto que volvía a recibirles tras sus pasos en 2009, 2012, 2015 y 2017- el mencionado líder de la banda para acomodarse su guitarra frente al micrófono; Martín Méndez en el bajo; Fredrik Åkesson en guitarra; Joakim Svalberg en teclados y -su más reciente incorporación- Waltteri Väyrynen en batería.
Sin mayor preámbulo, Åkesson -bautizado por la fanaticada local como “Peluca”- procede a hacer sonar su guitarra limpia para dar comienzo a la potente “Ghost of Perdition”, de su disco “Ghost Reveries” de 2005. Fueron poco más de 10 minutos que el público, que tenía el teatro a tablero vuelto, no escatimó en muestras de gozo. Le siguió la feroz “Demon of the Fall”, de su noventero disco “My Arms, Your Hearse”, que fue acompañada fielmente por las gargantas de sus seguidores que tenían el Teatro Caupolicán eufórico.
Si bien la razón de ser de esta gira guardaba relación con su más reciente trabajo titulado “In Cauda Venenum”, lanzado en 2019, Åkerfeldt, junto con saludar y agradecer al público por su presencia, anunció que el setlist sería un repaso por cada uno de sus álbumes, es decir trece canciones en total. Fue así como luego de “Eternal Rains Will Come”, que hacia el final tuvo problemas técnicos que detuvieron el show por quince minutos, sonaron “Under the Weeping Moon”, de su disco debut “Orchid”; “Windowpane”, y “Harvest” para dar paso a la esperada “Black Rose Immortal”, que -considerando sus veinte minutos de duración- fue precedida de la siguiente introducción de parte del vocalista: “Ojalá hayan ido a orinar antes de la canción”.
A esa altura se había llegado a la mitad del show con un público absolutamente extasiado por cada nota que el quinteto hacía sonar en sus guitarras, bajo, batería, teclado y voz. Los “¡eh! ¡eh! ¡eh! ¡eh!” acompañados de los puños o cuernos alzados eran una postal recurrente durante la jornada tal como lo fue el clásico “¡Olé, olé, olé, Opeth, Opeth!”.
Foto: Beth Sabbath
A pesar de las dificultades técnicas ya señaladas y de que la aerolínea extravió su equipaje, Mikael Åkerfeldt se mostró en todo momento comunicativo con el público, con un buen humor tal que llegó a decir que por esa razón andaba vestido como uno más de los Backstreet Boys, e incluso entonó una parte de “Show me the Meaning of Being Lonely” de la mencionada boyband.
El viaje por la enorme discografía de la banda continuó con paradas en sus discos “Watershed”, “Still Life”, “Heritage” con canciones como “Burden” y su hermosa introducción a cargo de Joakim Svalberg; la progresiva pero aún metalera “The Moor”; y “The Devil’s Orchard” con su cercanía a un sonido más jazz rock progresivo.
Foto: Beth Sabbath
De su más reciente disco “In Cauda Venenum”, sonó “Allting Tar Slut” para luego dar paso a un encore que constó de dos canciones: “Sorceress”, del disco del mismo nombre, que con su incesante riff de guitarra tentó a los cuellos que aún tenían energía, luego de casi dos horas de música, a seguir danzando y “Deliverance”, del disco homónimo, que con sus casi catorce minutos fue el broche de oro de una jornada memorable tanto para la fanaticada como para la banda.
Y no era para menos: después de todo, Opeth volvía no solo luego de tres años de verse imposibilitada de hacerlo producto del coronavirus, sino que también por su frustrada venida a fines de 2017 en aquel Rockout que no pudo llevarse a cabo.
Toda esa energía que se había acumulado progresivamente estos casi seis años finalmente ayer pudo liberarse.
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